martes, 11 de mayo de 2010

MARIANA- LA HIJA DE ANICETO DE PEDRO ANDRES ESCRIBE PARA LA DEHESA.



La Dehesa: Vivencias para el recuerdo.

Ubiquémonos en un entorno rural tradicional cualquiera. En una época en que todavía la agricultura y ganadería gozaban de cierto esplendor.
En un momento en que el fenómeno de la industrialización del país empezaba a instaurarse.
Cuando todavía los coches estaban reservados a personas de esfera social elevada.
Cuando las personas de clase obrera tenían que utilizar las yeguas y asnos para sus desplazamientos, entre los distintos pueblos y aldeas.
Cuando los hombres cultivaban el trigo – en frondosos bancales- que posteriormente serían triturados en el molino harinero, para convertirse en alimento, en forma de pan.
Cuando las mujeres amasaban el pan derivado de tal proceso, y que cocían convenientemente en sus hornos de leña.
Me viene a la memoria una hermosa tarde de finales verano. El sol cubría tenuemente toda la extensión que abarcaban los ojos, y una suave brisa acariciaba nuestros rostros.
Mi padre y yo, pues, nos hallábamos en lo alto de una colina, frente a las hermosas tierras de La Dehesa (Nerpio) que,_ serpenteadas por estrechos senderos _ comunicaban unas propiedades con otras.
A lo largo y a lo ancho del espacio, se divisaban numerosas acequias, que conducían el agua destinada al riego de los distintos bancales.
Las plantas, cosechas y arboledas, lucían en todo su apogeo, presentando un paisaje esplendoroso, que irradiaba una sensación indescriptible de paz y armonía, invadiendo el entorno en su conjunto.
En tan adecuado escenario, los hombres y mujeres de La Dehesa iban desarrollando sus distintas actividades agrarias, cada cual en su territorio correspondiente.
De tal forma se sucedían, que en un bancal cualquiera se divisaba un hombre acompañado por su mujer, regando su cosecha.
Allá, más a la derecha, un par de mulas tiraban del arado, que diligente conducía el varón. Detrás, la buena esposa iba depositando las semillas en la tierra, previamente preparada para tal fin, y que posteriormente darían sus frutos.
En el otro extremo, allá a lo lejos, parecía adivinarse la figura de una mujer, cubierta por larga falda y pañuelo a la cabeza, para protegerse del sol. También parecía afanada.
La tarde, pues, avanzaba lentamente y el sol exhalaba sus últimos rayos. Estos rielaban sobre las mansas aguas de alguna acequia, que seguían su curso, silentes. Dado lo avanzado de la tarde, nos disponíamos a regresar a casa, no sin antes recrearnos en el espectáculo que se ofrecía ante nuestros ojos.
¡Pareciese el entorno a un pequeño paraíso! ¡Tal era la percepción! Sin embargo, el decorado no desmerecía, en absoluto, al factor humano, a la calidad y valores de los moradores de La Dehesa.
Es un hecho que igualmente podría pasar – y de hecho pasa – con los habitantes de Chorretites, por ejemplo. Se trataba – y se trata – de personas amables, sencillas, hospitalarias. Capaces de ofrecer su ayuda a cualquier vecino, visitante o transeúnte que la precisen, en un gesto de franca diligencia.
Puedo dar fe de ello, por lejana y propia experiencia y, desde luego, supone un motivo de orgullo para mí poder hablar en estos términos de mi tierra, de mis orígenes, de mis gentes.

Cieza, 2010-05-05

Hija de Aniceto.